19 julio 2011

LA CULTURA-MUNDO


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Yo no tengo ninguna nostalgia por el pasado. Tengo demasiada conciencia de lo que ha sido el siglo XX para ver que el alto valor atribuido a la cultura se pagó con el horror: dos guerras mundiales, genocidios, campos de concentración y de exterminio. Los nazis eran personas cultas y eso no les impedía exterminar a sus congéneres. Creo que el respeto a los valores humanos es más importante que el respeto a un museo: prefiero una civilización en la cual hombres y mujeres sean respetados, a una donde abunden los conciertos de Wagner.

El fetichismo de la cultura no es lo mío. La gente critica mucho el tiempo presente, pero nadie quiere dar marcha atrás: nadie quiere regresar a un estado donde se imponía el matrimonio, en el que era imposible la separación o el divorcio, donde uno permanecía en su pueblo para siempre, donde las mujeres no podían tener la profesión que deseaban, y en el que el control de la natalidad era escaso. En el mundo en que vivimos hay muchas promesas; se viven más años en forma y uno puede tener múltiples experiencias en la vida gracias al mundo de hoy. Por ello no tengo ningún tipo de nostalgia. Creo también que este mundo es imperfecto, ya lo he dicho en varios momentos, pero no es el peor de los mundos. No es bueno pues hay mucha gente que sufre, hay mucha miseria; sin embargo, la cultura-mundo es en general una oportunidad para el planeta. La cultura-mundo ha dado siete años más de vida a los chinos. Hoy en día hay centenas de millones de personas que viven una vida aceptable. La apertura del mercado ha creado economías como la china, la india, la brasileña y otras que se encuentran en un camino que las acerca a un mundo de bienestar, aunque no sea totalmente un mundo satisfactorio. Sin embargo, los ecologistas radicales dicen que ésta es una ensoñación que vamos a pagar muy cara, pues el planeta no podrá soportar el modo de vida occidental, ya que no hay suficientes minerales, habrá mucha más contaminación y, en fin, que este tipo de vida nos conducirá al desastre. Creo que este argumento es exacto, pues necesitaríamos seis planetas si todo el mundo consumiera como los estadunidenses y los europeos, y no los tenemos. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Esta es la razón por la que yo defiendo incansablemente la inversión de los Estados en la investigación, la educación, la formación. Éste es el único camino que tenemos. Insisto que debemos invertir en la búsqueda de nuevos medios de producción y de consumo que harán posible un bienestar planetario que a la vez no destruya las oportunidades a las generaciones venideras. La solución se encuentra en la inteligencia humana. Creo que, en el largo plazo, la inteligencia humana es el único camino hacia el futuro.



Gilles Lipovetsky